lunes, 8 de octubre de 2012

Noche de difuntos

Hoy quiero compartir un escrito que realicé hace ya un tiempo. Se llama noche de difuntos, y lo acompañaré de algunas fotografías tomadas no hace demasiado en un cementerio, de cuyo nombre no quiero acordarme...





31 de Octubre.
Eran las doce de la noche, y como siempre, con las campanadas de la hora bruja, Gabriel se dirigía con su pausado caminar hacia la capilla. Era pequeña, y aún estaba a medio construir; fue la última promesa que hizo a su adorada esposa. Él la empezó a construir con sus propias manos y mucha paciencia, con la esperanza de que algún día albergase sus cuerpos unidos durante toda la eternidad.
Esa noche el frío era inclemente, y las gotas de lluvia caían sobre la espalda de Gabriel como si de cuchillos se tratasen, pero ni eso evitaría su visita a la capilla; se lo prometió a su amada y no podía faltar a su cita de esa noche.
Con paso lento, y su oscura silueta recortada por la palida e intermitente luz de los rayos, parecía deslizarse por los campos y jardines de la gran mansión victoriana... Saint Madeleine se llamaba. Le puso ese nombre en honor a su querida y dulce esposa. A cada paso que se acercaba a la pequeña capilla, como siempre las imágenes iban cobrando vida en su mente; lo felices que eran, y como disfrutaba mirando a Madeleine mientras leía poesía en su banco favorito del jardín. Que perfecta le parecía...
Sumido en estos pensamientos, llegó a la entrada de la capilla. Se tomó unos segundos para mirar el arco de la entrada. Estaba lleno de mala hierba, enredaderas y matorrales. Alzó la mano para limpiar la placa que coronaba la puerta, pero no fue capaz de hacerlo y finalmente atravesó el umbral enfurecido por su propia incapacidad. Una vez dentro, la sala estaba iluminada unicamente por la tenue luz que la luna era capaz de filtrar a través de las nubes. Sólo quedaban restos de un gran velón que antaño iluminó la estancia, y lánguido derramó su cera sobre una lápida, cuya inscripción era dificil distinguir a causa de la suciedad acumulada durante los años y la escasa luz. Agachando la cabeza, se dirigió hacia la tumba y se arrodilló ante ella. Le hubiese gustado llorar, pero hace tiempo que se le agotaron las lágrimas, solo le quedaba el dolor... y a veces la ira. Esto era lo único que le permitía seguir adelante.
Un rayo iluminó el paisaje, recortando la cercana casa a traves de un ventana de la capillal. Hoy era una mole siniestra y oscura. Estaba rodeada del pequeño bosque de hayas por el cual solían pasear de la mano las mañanas de primavera y las tardes de otoño, justo cuando la luz del ocaso teñía las amarillentas hojas con el color del fuego. Esos recuerdos encolerizaron a Gabriel, y le empujaron a gritar sumido en una espiral de dolor y furia. Sus gemidos eran el sonido del sufrimiento extremo, el sonido de un corazón desgarrado, algo casi cercano a un rugido animal, un sonido que se propagaba en el silencio con un tono de súplica y exigiendo respuestas.
Los gritos desgarrados subieron en intensidad y sentimiento, hasta desaparecer de forma abrupta, dejado una calma casi perversa, unicamente acompañada del repicar monótono de las gotas de lluvia. Momentos después, una tenue luz iluminó una de las ventanas del segundo piso de la casa. Madeleine miraba hacia la capilla, sus manos sudorosas jugaban nerviosas con su camisón. Ella sabía el motivo de aquellos sonidos, la torturaban desde el momento en que decidió deshacerse de Gabriel.
Pronto, la mano de Denis, su nuevo compañero de cama se posó sobre su hombro tratando de consolarla: -regresa a la cama Maddye, solo es una tormenta-. Si le dijo esta, echando una última mirada a la oscura capilla.

Un instante después, como desde hacía ya tres años, Gabriel se dejaba caer sobre su tumba para fundirse con la tierra hasta el próximo 31 de Octubre, fecha en la que fue asesinado por su adorada esposa Madeleine y su mejor amigo: Denis. 
Como cada año, volvía para pedir explicaciones y recordar a su mujer, que aun la estaba esperando para pasar juntos toda la eternidad.

En la lápida, podía leerse: 
31-10-1866
Gabriel Blanchard









2 comentarios:

  1. Me encanta este relato, y las fotografías son... ¡impresionantes! Además es que me encantan los cementerios (sí, soy rarita), están llenas de arte, de paz y de amor.

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  2. Me alegra que te guste el relato, Lluvia!! Viniendo de ti es todo un halago.
    A mi también me gustan los cementerios, jejejeje... así que supongo que yo también seré rarito.

    Gracias, y un besote grande.

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