Como sucede con las flores, nuestra belleza es nuestro bien más perecedero y marchito. Con la edad, se pierde esa frescura, y la hermosura que tanto llamaba la atención, más tarde se trata de esconder como si de lepra se tratase.
Lo que siempre perdurará, como el recuerdo, la fragancia de una flor o la suavidad de sus pétalos, es nuestra esencia, quienes somos en realidad, lo que trasciende la parte física y queda grabado en los corazones y memorias de quienes se han atrevido a cruzar la barrera de lo material. Aquellos que han sabido mirar con los ojos del alma, y han contemplado la verdadera belleza.
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